Gracias por el interés...

o la curiosidad que te trae a mi página. Conoce mi novela Calle del Carmen 21.

Biografía

Carmen Cuevas nació en Santander en el año 1.971. Licenciada en Ciencias Físicas por la Universidad de Cantabria en el año 94. Durante veinte años ha trabajado en diversos oficios de esta profesión, comenzando en el departamento de electrónica de la universidad, y después en varias multinacionales de diferentes ámbitos tecnológicos. Veinte años en los que la literatura nunca ha dejado de ser el refugio, el lugar donde todo puede ocurrir.

Por eso sus relatos se han publicado en diversas antologías (Gotas de Mercurio, Mentira Cochina y Con Sabor a Sugus), y otros han sido galardonados en premios. Su primera novela como coautora, La última frontera, quedó finalista del premio Círculo de Lectores en 2.010. En 2.017 llega su primera publicación, «CALLE DEL CARMEN, 21», esta vez dentro del género negro. Un emocionante thriller donde la vida real, sin tapujos ni concesiones, se atreve a llamar a las cosas por su nombre.

  • VI concurso de MICRORRELATOS NEGROS «La Bóbila» – ganador del público (2.016).
  • IV concurso de HAIKUS «Biblioteca de Los Corrales» – accésit (2.016)
  • XXII concurso de relatos cortos «Juan Martin Sauras» – finalista (2.017)
  • X Concurso de microrrelatos Sol Cultural – tercer premio (2.017).
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Algo más de mí

Dicen que las ciudades más bonitas de España son aquellas que empiezan por S: San Sebastián, Santander, Santiago de Compostela, Salamanca, Segovia y Sevilla. Así que, qué más puedo decir yo, que nací en Santander.
Durante años trabajé a diario en una pequeña oficina, de nueve a seis, de lunes a viernes, once meses al año y unos cuantos años de mi vida. Nunca me llegó a gustar del todo ese trabajo, y a pesar de las muchas horas que le dediqué, no consiguió motivarme de veras. Ni yo a él, supongo. Quizá por eso siempre pasaba la vida soñando que escribía, imaginando que no estaba lejos ese día en el que podría pasarme las horas leyendo y escribiendo, sin hacer nada más. Pero en el fondo, el oficio de escritor me asustaba, temía esa soledad profunda desde donde únicamente se puede escribir. Pensaba que si no lo hacía bien, no volvería a escribir y estaría peor que antes de intentarlo, porque habría perdido el sueño. A lo mejor era eso. A lo mejor sólo me faltaba el valor.

Pero un día recordé el viejo tocadiscos que había en casa cuando yo era pequeña. Mi padre lo rescató del fondo de algún armario cuando yo aún no había cumplido los cuatro años, y me lo regaló. Y alguien debería haber señalado ese día en el calendario con un gran círculo rojo, porque el tocadiscos me abrió al mundo mágico de las historias mucho antes de los libros que vinieron después. A partir de entonces, en el mismo sitio donde una década antes él había escuchado a Los Beatles y los Rolling Stones, yo me zambullí en el mundo asombroso de los cuentos. Cuentos escondidos en discos de vinilo casi tan pequeños como yo misma, pero que apenas habían empezado a girar, mostraban un mundo inmenso aún por descubrir. Con mis manos pequeñas y regordetas los colocaba con cuidado y entonces, Blancanieves y Caperucita me contaban sus historias. Me hablaban de los enanitos y los secretos del bosque, me precavían contra el lobo y las manzanas envenenadas de las madrastras envidiosas, y me enseñaban ese amor auténtico y puro de los príncipes azules. El primer amor siempre debería ser así.

Conocí a Lucerito, a Alí Babá, al lobo y a los corderitos, a la bella durmiente, a Hansel y Gretel, al patito feo y a un sin fin de personajes cuyas historias nunca me cansaba de escuchar, y que de tanto repetir, aprendía de memoria. Jugaba luego con mis muñecas y hacía que fueran los personajes de los cuentos, por turnos les hacía hablar su parte del guión y les ponía la voz apropiada en cada momento. Las de las madrastras siempre eran graves, aunque no tanto como la del lobo feroz, y las protagonistas tenían voces tiernas y románticas. La voz me temblaba si el personaje pasaba miedo o susurraba si contaba un secreto, sonaba furiosa cuando al malvado se le venían al traste sus planes y siempre era maternal y serena cuando hablaba el hada madrina. Repetía los cuentos a todo el que quisiera escucharme, una y otra vez, nunca me cansaba de explicar cómo el lobo enseñaba la patita por debajo de la puerta o como Lucerito tiraba sus trenzas por la ventana de la torre en la que estaba encerrada.

Ahora, cuando han pasado más de cuarenta años desde entonces, ya no sé si aquellos momentos existieron así, o si de tanto recordarlos se han convertido en reales, pero sí sé que el tocadiscos era rojo y blanco, que funcionaba con pilas gordas, que los discos eran de colores y que lloraba cada vez que la madrastra y sus dos hijas dejaban a Cenicienta para ir al baile sin ella. Y no me daba pena que la dejaran sola, porque sabía que en un momento vendría su hada madrina, pero justo antes de irse las tres la miraban con desprecio, y mientras las hijas reían, la madrastra le decía con su voz chillona y sabihonda: “ahí te quedas monina”. Y era el tono lo que me dolía, era el choque brutal contra toda mi ternura que maltrataban, y lloraba de indignación. Lloraba cada vez.

Y ahora yo también busco un rincón apartado, una lámpara, una mesa y un ordenador, y escribo mis historias, y algunas veces vuelvo a casa de mis padres, ahora mucho más vacía y callada, y me siento en el mismo rincón de antes, y escucho otra vez los cuentos de mi niñez, y en la misma mesa plegable donde estudié física, me pongo a escribir. Escribo porque me hace sentir. Escribo porque, como dijo Toni Morrison, la literatura es un refugio, un lugar donde todo puede ocurrir, donde se puede reaccionar con violencia o sublimidad, donde es bueno sentir melancolía o temor, o incluso fracasar, o equivocarse, o amar a alguien o desear algo profundamente, y no llamarlo por otro nombre, no sentir vergüenza por ello. Es un lugar para sentir profundamente.

Qué he escrito

Calle del carmen 21

No hay tiempo para Cabarga

SINOPSIS, Calle del Carmen 21

No corría el aire, iba a ser otro mal día.
El matrimonio del comisario Cabarga no pasa por un buen momento. Él y su familia necesitan esas vacaciones. Pero el hallazgo inesperado de un cadáver en el antiguo barrio del puerto de pescadores, va a trastocar sus planes de un modo que no puede imaginar. Nadie echó en falta ese cadáver hasta que el olor de la putrefacción comenzó a molestar, y sin embargo, a su lado la policía encuentra amontonados varios fajos de billetes de curso legal. Demasiado dinero como para que alguien lo deje abandonado sin más. Otra vez Cabarga descubrirá que pocas cosas son como parecen ser, y que los límites de lo posible se ensanchan hasta donde no éramos capaces de imaginar que podían hacerlo.
Una novela apasionante donde la realidad muestra su lado más duro y humano, y donde las vidas se entremezclan superando la mera ficción. Lo mejor del libro está en cada una de sus páginas, y al llegar a la última, sus personajes habrán quedado para siempre en nosotros.

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El reloj oriental

A veces uno sueña con una vida tranquila. Lo normal, un trabajo, una familia, unas relaciones agradables. Pero, sin saber cómo, se ve atrapado en pequeños infiernos. Y uno piensa que, si quisiera, podría irse en cualquier momento, pero lo cierto es que no puede. Y la vida se consume en todo lo que no imaginábamos.

Aquí podéis verme en una sala de autopsias, con José María el médico forense y con su técnico de autopsias. Y en un bonito y acogedor bar de la calle Santa Lucía, con Yolanda, médico de urgencias. También estuve con Antonio Martín, profesor titular de la Universidad de Cantabria, asesor de empresas y experto en recursos humanos. Y por supuesto con la policía, 35 años en homicidios, ¡tantas cosas que contar! … en la foto «calibre 38».

Todos ellos me han sorprendido y me han contado cosas muy interesantes, que ya he metido en la olla a presión donde se está cocinando el próximo libro. Pero, de momento, no puedo contar nada.

Los lectores opinan

Calle del Carmen, 21. Los lectores tienen la palabra...

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